EXISTENCIA DE DIOS
Establecimiento del Problema
Anti-teísmo formal
Si los teístas se hubiesen enfrentado meramente a una negación ateísta en blanco de la existencia de Dios, su tarea hubiese sido una comparativamente fácil. El ateísmo dogmático formal se refuta a sí mismo y nunca ha ganado de facto el asentimiento razonado de ningún número considerable de personas (vea ateísmo). Ni el politeísmo, no importa cuán fácil pueda apoderarse de la imaginación popular, nunca puede satisfacer la mente de un filósofo. Pero hay muchas variedades de lo que puede describirse como ateísmo virtual que no se puede descartar de manera sumaria.
Está el agnosticismo, por ejemplo, de Herbert Spencer, que, si bien reconoce la necesidad racional de postular al Absoluto o Incondicional detrás de los objetos relativos y condicionados de nuestro conocimiento, declara que el Absoluto es del todo incognoscible, que, de hecho, el Incognoscible, del que sin ser culpables de contradicción no podemos afirmar nada en absoluto, salvo tal vez que existe; y hay otros tipos de agnosticismo.
Por otra parte el panteísmo existe en una variedad casi infinita de formas, todas las cuales, sin embargo, pueden ser lógicamente reducidas a los tres tipos siguientes:
(a) el puramente materialista, que, al considerar la materia como la única realidad, explica la vida por la mecánica y la química, reduce el pensamiento abstracto al nivel de un proceso orgánico, le niega ningún valor moral esencial más alto a los Diez Mandamientos que a la ley de la gravedad de Newton, y, por último, identifica al mismo Dios con el universo así interpretado (vea materialismo, monismo);
(b) el puramente idealista, que, al elegir la alternativa contraria, hace de la mente la única realidad, convierte el universo material en una idea, e identifica a Dios con esta idea o mente que todo lo abarca, concebida como evolucionando eternamente en fases o expresiones del ser pasajeras y logrando la conciencia de sí en las almas de los hombres; y
(c) la materialista-idealista combinada, que trata de seguir un camino intermedio y, sin sacrificar la mente a la materia o la materia a la mente, concibe el universo existente , con el que Dios se identifica, como una especie de entidad única de "doble cara". Así, para lograr incluso el comienzo de su tarea el teísta tiene que demostrar, contra los agnósticos, que el conocimiento de Dios alcanzable por inferencia racional---sin importar cuán insuficiente e imperfecto sea---es tan cierto y válido, en la medida que cabe, como cualquier otra pieza de los conocimientos que poseemos; y contra los panteístas, que el Dios de la razón es un Dios personal supra-mundano distinto tanto de la materia como de la mente humana finita, que ni nosotros mismos ni la tierra que pisamos entran en la constitución de su ser.
Tipos de teísmo
Pero pasando de puntos de vista que son formalmente anti-teístas, se comprueba que entre los propios teístas existen ciertas diferencias que tienden a complicar el problema, y aumentan la dificultad de declararlo breve y claramente. Algunas de estas diferencias son meramente formales y accidentales y no afectan la substancia de la tesis teísta, pero otras son de gran importancia, como, por ejemplo, si podemos establecer válidamente la verdad de la existencia de Dios por el mismo tipo de inferencia racional (por ejemplo, del efecto a la causa) como la que usamos en otras ramas del conocimiento, o si, con el fin de justificar nuestra creencia en esta verdad, no debemos más bien depender de algún principio o axioma trascendental, superior y antecedente al razonamiento dialéctico; o de la intuición inmediata; o de algún instinto o percepción moral, sentimental, emocional o estético, que es voluntario en lugar de intelectual.
En nombre de la “razón pura”, Kant negó la validez inferencial de las pruebas teístas clásicas, mientras que en nombre de la “razón práctica” postuló la existencia de Dios como una implicación de la ley moral, y el método de Kant ha sido seguido o imitado por muchos teístas---por muchos que concurren completamente con él en el rechazo de los argumentos clásicos; por otros, que, sin ir tan lejos, creen en la conveniencia apologética de tratar de persuadir en lugar de convencer a los hombres de que sean teístas. Una reacción moderada contra el intelectualismo matemático demasiado rígido de Descartes iba a ser bienvenida, pero la reacción kantiana por sus excesos ha perjudicado a la causa del teísmo y ayudó a adelantar la causa de la filosofía anti-teísta. Como es bien sabido, Herbert Spencer tomó la mayoría de sus argumentos a favor del agnosticismo de Hamilton y Mansel, quienes habían popularizado la crítica kantiana en Inglaterra, mientras que al tratar de mejorar el trascendentalismo reconstructivo de Kant, sus discípulos alemanes (Fichte, Schelling, Hegel) derivaron en el panteísmo. Kant también ayudó a preparar el camino para el total desprecio de la razón humana en relación con la verdad religiosa, que constituye el lado negativo del tradicionalismo, mientras que la apelación de ese sistema, en el lado positivo, al consentimiento común y la tradición de la humanidad como el principal o único criterio de verdad y sobre todo de verdad religiosa---trazando su autoridad como un criterio que se rastrea en última instancia a una revelación divina positiva---es como el refugio de Kant en la razón práctica, meramente un intento ilógico de escapar del agnosticismo.
Una vez más, aunque el ontologismo, por ejemplo, como el de Malebranche (m. 1715), es más antiguo que el de Kant, su renacimiento en el siglo XIX (por Gioberti, Rosmini y otros) se ha inspirado en cierta medida por la influencia kantiana. Este sistema sostiene que tenemos, naturalmente, alguna conciencia inmediata, aunque oscura al principio, o algún conocimiento intuitivo de Dios--- en efecto, no que lo vemos en su esencia cara a cara, sino que lo conocemos en su relación con las criaturas por el mismo acto de cognición---según Rosmini, según nos volvemos conscientes del ser en general---y por lo tanto que la verdad de su existencia es tanto un dato de filosofía como lo es la idea abstracta del ser.
Por último, la filosofía del modernismo---sobre la cual ha habido recientemente tanto revuelo---es una mezcla algo compleja de estos diversos sistemas y tendencias; sus principales características como un sistema son: • negativamente, un agnosticismo intelectual completo, y, • positivamente, la afirmación de un sentido inmediato o experiencia de Dios como inmanente en la vida del alma---una experiencia que es sólo subconsciente al principio, pero que, cuando las disposiciones morales requeridas están presentes, se convierte en un objeto de certeza consciente.
Ahora bien, todos estos tipos diferentes de teísmo, en la medida en que se oponen al tipo clásico y tradicional, se pueden reducir a una u otra de las dos proposiciones siguientes: • que tenemos, naturalmente, una inmediata conciencia o intuición de la existencia de Dios, y por lo tanto podemos prescindir de cualquier intento de probar esta verdad inferencialmente; • que, aunque no conocemos esta verdad intuitivamente y no podemos probarla inferencialmente de tal manera que satisfaga la razón especulativa, sin embargo, podemos y debemos creerla conscientemente sobre bases distintas a las estrictamente intelectuales.
Sin embargo, una apelación a la experiencia, por no mencionar otras objeciones, es suficiente para contradecir la primera proposición; y la segunda, que, como la historia ya ha dejado claro, es un compromiso ilógico con el agnosticismo, es mejor desmentida por una declaración simple de las pruebas teístas. No son las pruebas las que se consideran falaces, sino la crítica que las rechaza. Es cierto, por supuesto---y ningún teísta lo niega---que para la adecuada apreciación intelectual de las pruebas teístas son necesarias unas disposiciones morales, y que la conciencia moral, la facultad estética, y todas los demás facultades o capacidades que pertenecen a la naturaleza espiritual del hombre, constituyen o suministran mucha información sobre la cual basar las pruebas inferenciales. Pero esto es muy diferente a afirmar que poseemos cualquier facultad o poder que nos asegura la existencia de Dios y que es independiente de, y superior a, las leyes intelectuales que regulan nuestro asentimiento a la verdad en general; que en el ámbito religioso podemos trascender esas leyes sin confesar que nuestra creencia en Dios es irracional. También es cierto que un mero asentimiento intelectual estéril a la verdad de la existencia de Dios ---y tal asentimiento es concebible--- cae muy lejos de lo que debería ser el asentimiento religioso; que lo que se enseña en la religión revelada acerca de la inutilidad de la fe ignorante de la caridad tiene su equivalente en la religión natural; y que el teísmo práctico, si pretende ser adecuado, no debe apelar sólo al intelecto, sino al corazón y a la conciencia de la humanidad y ser capaz de ganar la lealtad total de las criaturas racionales. Pero también aquí nos encontramos con la exageración y confusión por parte de los teístas que sustituirían por el asentimiento intelectual algo que no lo excluya sino que lo presuponga, y que sólo se requiere para complementarlo. La verdad y la pertinencia de estas observaciones se harán evidentes por el siguiente resumen de los argumentos clásicos para la existencia de Dios...
Fuente: Toner, Patrick. "The Existence of God." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909.
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